2 de junio de 2019

Misceláneas: MACBETH, juego de la transformación


MACBETH, JUEGO DE LA TRANSFORMACIÓN

(Versión libre de la obra de William Shakespeare)
de Yaritza Medina López



Ejercicio de dramaturgia

Dedicada a mi familia elegida:
Mi madre teatral, Lady Macbeth.
Mi padre teatral, Ricardo III.
Mi abuelo teatral, El Rey Lear.
Mi hermano teatral, Hamlet.


DRAMATIS PERSONAE:

DUNCAN, rey de Escocia
MALCOLM
DONALBAIN      Sus Hijos
MACBETH
BANQUO    Generales del ejército del rey
FLEANCE, hijo de Banquo
MACDUFF, un Oficial del rey
SEÑORA MACDUFF, esposa de Macduff
EL NIÑO, hijo de Macduff
UN SARGENTO
SOLDADOS
BRUJA 1
BRUJA 2
BRUJA 3
SEÑORA MACBETH, esposa de Macbeth
CRIADA
CRIADO    Criados casa de Macbeth
ASESINO 1
ASESINO 2
ASESINO 3
UN DOCTOR

Nota: La escena de los Ocho Espejos (escena III, tercera parte) incluye versos del poema Los Espejos de Jorge Luís Borges.



PRIMERA PARTE
ESCENA I
Truenos y relámpagos. Tres brujas.
VOZ EN OFF 1.- ¡Fuego! ¡Agua! Tierra! ¡Aire! (Estruendosa carcajada)
VOZ EN OFF 2.- ¡Candela! ¡Cuerpo! ¡Lluvia! ¡Lodo! ¡Viento! ¡Polvo! (Carcajada)
VOZ EN OFF 3.- ¡Corre! ¡Coooorreeee! ¡Anda! ¡Camina! ¡Gatea! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Abajo! ¡Abajo! ¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡De allá, para acá! ¡De aquí, para allá! ¡Corre! ¡Coooorreeee! ¡Anda! ¡Camina! ¡Gatea!... (Carcajada)
LAS TRES VOCES EN OFF.-
Hécate, madre de las brujas,
vieja horrenda date por satisfecha.
¡Señorea el caos de las tinieblas!
(Estruendosas carcajadas)



ESCENA II
Un campamento. Alarma en el fondo de la escena. Entran el Rey Duncan, sus dos hijos Malcolm y Donalbain, y soldados. Todos se dirigen hacia un soldado herido.

EL REY.- ¿Quién es este hombre cubierto de sangre?
MALCOLM.- Lo reconozco, es el valiente sargento que fue a combatir a nuestros enemigos. (Al Sargento) ¿Puedes hablar? Habla, soldado, y cuéntale al rey lo que sepas de la batalla hasta el momento que caíste herido.
SARGENTO.- Señor, la victoria estaba indecisa. Los combatientes luchaban feroces, desesperados por aniquilar los esfuerzos del otro. El guerrero Macdowald, implacable, digno de ser rebelde porque la naturaleza ha depositado en él todos los vicios, recibió refuerzos de cientos de hombres. La fortuna sonreía a su maldita causa como una prostituta. ¡Ah, pero fue en vano! porque el bravo Macbeth, menospreciando la suerte y rechinando su pesada espada humeante todavía de sangre, se abrió paso como hijo fiero de la valentía hasta llegar frente a ese miserable. No le estrechó la mano ni le dijo adiós hasta después de haberle atravesado el cuerpo con su filosa hojilla, rasurándole la barba hasta el ombligo, y hasta después de haber clavado su cabeza sobre nuestras murallas.
EL REY.- ¡Bravo! ¡Valiente mi primo! ¡Digno varón!
SARGENTO.- Pero así como en el punto donde sale el sol salen a veces las tempestades, así salió la desolación del lado de donde debía llegarnos el auxilio. Oye, rey de Escocia, oye. Apenas la justicia, vestida de valor indomable, había obligado a esos miserables de pies ágiles a iniciar la retirada cuando… no sé cómo… ¡como por arte de magia! una refriega enemiga al mando del mismísimo rey de Noruega intentó un nuevo asalto con armas todavía intactas y nuevos refuerzos.
DONALBAIN.- ¿Y esto no intimidó a nuestros generales Macbeth y Banquo?
SARGENTO.- Como se intimida a los cañones de doble carga; así recuerdo los golpes que descargaron sobre el enemigo. La verdad… no puedo explicarme su encarnizamiento, a no ser que prefirieran bañarse con el vapor de la sangre antes que con el torrencial aguacero. ¡Guiaba la locura! ¡Todo era confusión! ¡Y por un momento me pareció ver a las espadas danzando solas en el aire…! Me faltan fuerzas, la voz se me apaga, mis heridas piden auxilio.
EL REY.- Tus palabras son tan nobles como tus heridas. Retírate en busca del cirujano. (Soldados sacan al sargento herido de escena. Entra Macduff) ¿Quién viene?
MACDUFF.- Tu servidor, señor, el oficial Macduff.
EL REY.- ¡Cómo te brillan los ojos! Imagino que estarás impaciente por contarnos cómo sigue la batalla.
MACDUFF.- Vengo del campo de guerra, señor, donde el soplo del viento abanica más con ímpetu las banderas. El enemigo, el propio rey de Noruega, con un poderoso ejército y apoyado por el traidor más desleal de la tierra, el señor de Cawdor, había realizado un combate funesto para nosotros, cuando Macbeth, el de la filosa espada, fecundó la justicia acero contra acero, brazo contra brazo y doblegó a esos nuestros rivales. En una palabra, señor, ¡la victoria es nuestra!
EL REY.- ¡Qué alegría tan inmensa!
MALCOLM.- ¡En buena hora!
DONALBAIN.- ¡En hora buena!
MACDUFF.- Y a esta hora, su Majestad, los enemigos acceden someterse a nuestras condiciones.
EL REY.- Ese señor de Cawdor no hará más traición a nuestra confianza. Regresa al campo, Macduff, y que se pronuncie su sentencia de muerte.
MACDUFF.- A sus órdenes, señor.
EL REY.- Sí, sí, ve en seguida. Y que se salude al noble Macbeth con el mismo título que ostentaba el traidor. Que Macbeth gane lo que el traidor, el señor de Cawdor, ha perdido.

(Salen todos)



ESCENA III
Un yermo. Truenos.
(Entran las tres Brujas)

BRUJA 1.- Hacía tiempo no nos reuníamos las tres en medio del trueno, los relámpagos y la lluvia.
BRUJA 2.- Hoy hicimos nuestra gracia: cientos de espadas derramando sangre en olas de destrucción.
BRUJA 3.- Trabajamos con ahínco este yermo desolador…
BRUJA 1.- Ayer fui a visitar a mi gato.
BRUJA 2.- Y yo a mi sapo.
BRUJA 3.- Hoy toparemos con Macbeth.
LAS TRES.- (Con risitas) Lo hermoso es feo; y lo feo hermoso.
BRUJA 3.- ¡Miren lo que tengo aquí!
BRUJA 2.- ¿Qué es?
BRUJA 3.- El dedo pulgar de un soldado cobarde.
(Las tres Brujas ríen)
BRUJA 2.- Y tú, ¿qué guardas ahí?
BRUJA 1.- Las dos orejas de un soldado valiente.
(Las brujas ríen de nuevo)
BRUJA 2.- ¡Me muero de la cochina envidia!, ¿cómo lograron conseguir esas prendas?
BRUJA 1.- Le dije al soldado valiente: y él me contestó: < ¡Vete, bruja, no te daré ni la derecha!>. Entonces, le dije: .
(Ríen otra vez a carcajadas. Se oye a lo lejos un toque marcial de tambor)
BRUJA 2.- ¿Oyen eso?... ¡Un tambor! ¡Un tambor! Es Macbeth que viene. Hermanas brujas, enlacemos nuestras manos.
(Los toques del tambor se vuelven acompasados y las tres brujas cantan y danzan al son.)
LAS BRUJAS.-          Mensajeras del mar y de la tierra
¡giremos… giremos… giremos!
Tres vueltas por mí,
tres vueltas por ti,
y otras tres para hacer nueve…
¡giremos… giremos… giremos…!
(Comienza un repique negro de tambor y las brujas bailan el retumbe)
BRUJA 2.- ¡Silencio…! Se consumó el hechizo.
(Entran Macbeth y Banquo)
MACBETH.- No vi en mi vida un lugar tan sombrío y tan hermoso al mismo tiempo.
BANQUO.- ¿A qué distancia estaremos del campamento? (Desenvainando su espada al tiempo que Macbeth) ¿Qué mujeres son éstas tan patéticas y extrañamente vestidas de andrajos? No se parecen a los habitantes de la tierra, aunque estén en este mundo. (A las Brujas) Oigan, ¿Tienen vida? ¿Pueden responder a un simple mortal? (A Macbeth) Veo que me comprenden. Cada una se lleva un dedo disecado a sus deformes labios. Parecen mujeres y, sin embargo, sus barbas me impiden creerlo.
MACBETH.- (Espada en mano) Hablen, si pueden. ¿Quiénes son ustedes?
BRUJA 1.- ¡Salud, Macbeth! ¡Yo te saludo, señor de Glamis!
BRUJA 2.- ¡Salud, Macbeth! ¡Yo te saludo, señor de Cawdor!
BRUJA 3.- ¡Salud, Macbeth! ¡Tú serás rey!
BANQUO.- ¿Por qué te estremeces, amigo, y pareces temer a las palabras que tan dulcemente suenan en el oído? (A las Brujas) En nombre de la verdad, ¿son ustedes fantasmas? Saludan a mi noble compañero con su título presente, con la promesa de una ilustre fortuna y con una corona de rey, hasta el punto de sumirle en el éxtasis. ¿Por qué no me dirigen a mí alguna palabra si es que pueden penetrar en el germen del tiempo y predecir lo que sucederá?
BRUJA 1.- Menos grande que Macbeth; y sin embargo, más grande.
BRUJA 2.- No tan feliz; y sin embargo, más feliz.
BRUJA 3.- Serás padre de reyes, y no serás rey.
BRUJA 1.- ¡Salud!
BRUJA 2.- ¡Salud!
BRUJA 3.- ¡Salud!
BRUJA 1.- ¡Volemos!
BRUJA 2.- ¡Volemos!
BRUJA 3.- ¡Volemos!
LAS TRES BRUJAS.- ¡Volemos a través de la niebla y el aire impuro!
MACBETH.- (A las Brujas) No se alejen oráculos imperfectos y dígannos algo más. Por la muerte de mi padre, soy el heredero de Glamis; pero, ¿cómo puedo ser señor de Cawdor? El señor de Cawdor todavía vive, y es un señor muy poderoso. En cuanto a ser rey, está tan distante de mi creencia, como el de ser señor de Cawdor. ¿Por qué nos cortan el paso en esta inmensa llanura con estas felicitaciones proféticas? Hablen, yo quiero oír.
(Las Brujas desaparecen)
BANQUO.- La tierra tiene sus quimeras, lo mismo que el mar. ¿Por dónde han desaparecido?
MACBETH.- Por el aire, y lo que parecía un cuerpo se ha desvanecido como la respiración en el viento. Sólo queda el recuerdo de las vanas palabras: “Tus hijos serán reyes”.
BANQUO.- Y tú serás rey.
MACBETH.- Y señor de Cawdor, ¿no lo han dicho así?
BANQUO.- Esas fueron sus palabras… (Mirando a lo lejos) ¿Quién se acerca ahora? (Alza la espada)
(Entra Macduff)
MACDUFF.- ¡Saludos, amigos! Ea, no quise sorprenderlos. Buen, Macbeth, el rey ha recibido con júbilo la noticia de tu victoria. Todos hacen elogios de tu valor en la defensa de su reino. Como adelanto de honores más elevados, me ha enviado a que te escolte hasta su presencia y me ha encargado que te salude como señor de Cawdor. Salud, pues, digno señor.
BANQUO.- ¡Cómo! ¿El diablo puede decir la verdad?
MACBETH.- El señor de Cawdor todavía vive. ¿Por qué me visten con ropas prestadas?
MACDUFF.- Es verdad, el que fue señor de Cawdor vive aún, pero no por mucho tiempo. Está sentenciado a muerte. Acaso, ¿estuvo aliado al rey de Noruega?, ¿conspiraba secretamente ayudando a los rebeldes con clandestinos auxilios? ¿O trabajaba los dos bandos enemigos para así arruinar a la patria?: lo ignoro. Pero la evidente traición le ha perdido para siempre.
MACBETH.- ¡Señor de Glamis y de Cawdor! ¡Y todavía están por venir mayores honores! ¡En hora buena…! (A Banquo) ¿No esperas tú también que tus hijos sean reyes, habiéndome prometido una corona las mismas que me advirtieron del título de señor de Cawdor?

BANQUO.- Qué profecía tan extraña… muchas veces, para atraernos a un abismo de perdición, esas hijas de las tinieblas nos profetizan hechos verdaderos. En otras ocasiones nos seducen con fútiles bagatelas, cuyas consecuencias pueden ser funestas.
MACBETH.- (Aparte) Esa información sobrenatural puede no ser mala… pero puede no ser buena… Si es mala, ¿por qué me ha dado una garantía de éxito feliz empezando por una verdad? Sí, por una verdad, porque soy ahora señor de Cawdor. Si es buena, ¿por qué mi pensamiento me hace ver una imagen de asesinato, que hace erizar de horror mis cabellos y agita violentamente mi corazón? Y sin embargo, no existe nada de lo que pienso.
BANQUO.- (A Macduff) Mira el éxtasis en que se halla abismado mi amigo.
MACBETH.- (Aparte) Si la suerte ha decretado que sea rey, que se me corone sin que yo tenga que ver en ello. Suceda lo que quiera.
MACDUFF.- Macbeth, Macbeth, estamos a tu disposición.
MACBETH.- (Saliendo de su abstracción) Perdónenme; mi cerebro estaba agitado por cosas olvidadas. Caballeros, muy agradecido. Vamos a ver al rey. (A Banquo, aparte) Banquo, amigo, reflexionemos con calma lo que ha sucedido, y cuando hayamos encontrado una explicación sin temor a la locura, nos reuniremos para decirnos sinceramente nuestros pareceres.
BANQUO.- Con mucho gusto.
MACBETH.- (A Banquo, aparte) Hasta entonces silencio y mucha prudencia. (A Banquo y a Macduff) Vamos, amigos.

(Salen todos)




ESCENA IV
El Campamento. Trompetería.
Entran el rey Duncan, sus hijos y soldados; luego, Macbeth, Banquo y Macduff.

EL REY.- ¿Se ha ejecutado ya la sentencia de Cawdor?
DONALBAIN.- El enviado no ha regresado todavía, padre; pero he hablado con uno que le ha visto morir. Según este testigo, ha confesado francamente su traición. ¡Vaya que en su vida nada le ha enaltecido más que la serenidad con que ha esperado la muerte! Ha sucumbido como un hombre bien enterado del arte de morir, que renuncia al mejor de los bienes sin darle mayor importancia.
EL REY.- ¡Quien lo iba a creer! No hay arte que enseñe a leer el rostro. Cawdor era un caballero en quien yo había puesto toda mi confianza. Siempre se mostró como un hombre bien plantado y tan presto a mis órdenes.
DONALBAIN.- Qué cosa tan extraña que un hombre arroje a la suerte del viento el velero de su alma. ¿Qué le haría cambiar su temperamento?
MALCOLM.- Dicen que su enamorada fue deshonrada y su vergüenza la hizo abandonar el hogar de sus padres y desaparecer para siempre.
DONALBAIN.- Ah, no sabía esa historia. Pobre niña, llegué a conocer su belleza en una ceremonia en palacio. ¿La recuerdas, padre?
EL REY.- ¡¿Qué?! ¡¿Yo?!
DONALBAIN.- Ella formó parte del saludo de protocolo de aquella velada. A usted le fascinó tanto su dulzura que ordenó que ella bailara esa noche para usted como ofrenda.
EL REY.- No lo recuerdo, quizás las copas ya se me habían subido a la cabeza.
MALCOLM.- Una jovencita inolvidable, padre; cuando ella danzaba tu cara lucía tan sonrojada como ahora.
EL REY.- ¡Mi cara ahora se pone roja por la furia! ¿Acaso, puede ser la pena por una doncella motivo suficiente para traicionar a un rey? No, no y no. Ése señor de Cawdor era tan sólo un patán, un perro, un garfio, un bellaco, un sátrapa, artero, marrullero, carroña, zorro de dientes afilados, una bazofia, un mugre, vil, torcido, un bicho, la imagen de lo ordinario, hipócrita, trepador, puercoespín y… ¡un desadaptado! Su muerte me sirve para verle por fin el rostro a la verdadera lealtad.
(Entran Macbeth, Banquo y Macduff)
EL REY.- (A Macbeth) ¡Noble primo, sentía el peso de la ingratitud sobre mi corazón! Estás tan distante entre los primeros, Macbeth, que el premio más rápido no tiene bastante alas para alcanzarte. ¡Venga ese abrazo! (Lo abraza). Sólo puedo decirte que te debo más de lo que puedo pagarte.
MACBETH.- El servicio y la fidelidad que le yo le debo están bien premiados con la satisfacción que me causan.
EL REY.- Te saludo, querido primo, y veo en ti una noble planta que yo mismo planté. (A Banquo) ¡Digno Banquo! no han sido menos nobles tus méritos y deseo que mi pueblo los conozca. Permíteme que te abrace y te estreche contra mi corazón. (Lo abraza).
BANQUO.- Si sirve para algo, mi cosecha le pertenece.
EL REY.- Mi alegría es tan grande que busca disimularse bajo lágrimas de tristeza. Escúchenme, por favor, solicito su atención: Hijos míos; y todos los aquí presentes, los he reunido para anunciarles que he decidido transmitir mi corona a Malcolm, mi primogénito, que será en adelante príncipe de Cúmberland: paso que debe darse como requisito para sucederme en el trono.
MACDUFF.- ¡Excelente decisión, Su Majestad!
DONALBAIN Y BANQUO.- ¡Paz al Soberano!
MACBETH.- Así sea.
EL REY.- Ahora, rebozados todos de contentos, preparémonos para visitar la casa del recién nacido señor de Cawdor, Macbeth, y sigamos allí la fiesta.
MACBETH.- Yo mismo seré el mensajero. Quiero agradar el oído de mi esposa con la noticia de tu llegada. Así que me despido, humildemente.
EL REY.- Como guste, esforzado señor de Cawdor.
MACBETH.- (Aparte) ¡Príncipe de Cúmberland! Este es un peldaño que debo subir o mi caída es cierta, pues representa un obstáculo en mi camino. Estrellas, oculten su fuego, que no vea su luz mi profunda y sombría ambición. Sin embargo, cúmplase lo que tendría miedo de realizarse. (Sale)
EL REY.- En verdad, noble Banquo, Macbeth ha resultado todo un varón, todo un valiente. (A Macduff) Quedas a cargo, Macduff, para levantar el campamento y escoltarme mañana a Palacio. (Macduff hace señas a los soldados de recoger todo) Nosotros, sigamos al que ha querido adelantarse para darnos el mejor recibimiento. Macbeth es un pariente sin igual.
(Salen)



SEGUNDA PARTE
ESCENA I
Aposento del castillo de Macbeth.

La señora Macbeth leyendo una carta.
SEÑORA MACBETH.- “…Me hallaba aún abismado en el asombro, cuando llegó un oficial del rey y me llamó señor de Cawdor, título con el que me habían saludado aquellas brujas fatídicas, para predecir después mi porvenir con estas palabras: ‘Salud, Macbeth, tú serás rey’. He creído conveniente anunciarte estas nuevas, querida aliada de mi ambición, para que no te pierdas de mi alegría y de cuán grande es el destino que nos espera. Guarda mis palabras en el fondo de tu corazón. Adiós”.
(Empuña la carta con fuerza)
Eres señor de Glamis y ahora de Cawdor, y serás lo que te han vaticinado, pero desconfío de tu carácter.
(Tira la carta y, mientras habla, comienza a cambiar su vestido por la indumentaria militar de su esposo).
Circula en exceso por tus venas la leche de las ternuras humanas, para que te decidas a elegir el camino más corto. // Te gustaría elevarte, porque no careces de ambición, pero te falta el instinto del mal que debe acompañarla. Lo que deseas ardientemente, lo deseas santamente. // No quieres hacer trampas en el juego, pero deseas ganar. Tu ambición te grita: “He aquí lo que debes hacer para triunfar” y tu temor de hacerlo es mayor que tu deseo de que se realice… // Ven a mí, para que vierta mi alma en tu oído y mi lengua osada deshaga todo lo que te aleja del cerco de oro, con que parecen haberte coronado el Destino y las potestades sobrenaturales. // Vengan, vengan, espíritus que inspiran los pensamientos homicidas; troque mi sexo débil y llenen todo mi ser de la crueldad más implacable. Condensen mi sangre; cierren en mí todo paso al remordimiento, para que la compasión no pueda venir a ahuyentar mi cruel proyecto ni retardar su ejecución.
(Toma un puñal de la indumentaria de su esposo y lo exhibe)
¡Vengan a convertir en mi seno de mujer la leche en hiel…! ¡Vengan, ministros del crimen! ¡Ven noche tenebrosa! que el infierno te preste sus más negras tinieblas para que mi acerado puñal no vea la herida que va a abrir, y para que el cielo no diga: “¡Detente, detente!”.
(Entra Macbeth)
MACBETH.- Detente.
SEÑORA MACBETH.- (Enfunda el puñal en su ropa) ¡Gran Glamis, noble Cawdor!, pero más grande que por esos dos títulos por la profecía que oíste; tu carta me ha transportado más allá de ese presente que no sabe nada de lo que va a ser, y mi alma está iluminada por los velados resplandores del porvenir.
MACBETH.- Amor mío, el rey Duncan llega aquí esta noche.
SEÑORA MACBETH.- ¿Y cuándo partirá?
MACBETH.- Mañana; así lo ha anunciado.
SEÑORA MACBETH.- Jamás verá el sol ese mañana. La cena estará lista antes de mañana, y él, será el cordero. Toma, cambia de atuendo para el festín...
(Le entrega su vestido a Macbeth y éste comienza a cambiarse. A partir de este momento la pareja aparecerá con los vestidos intercambiados).
Tu rostro, señor mío, es un libro donde los hombres podrían leer cosas extrañas // Para ocultar mejor lo porvenir, toma una actitud que conviene en lo presente // Sé huésped obsequioso con la mirada, con la mano y con la lengua, y preséntate como una flor de inocencia. Pero sé la serpiente que se oculta bajo esa flor // Es preciso obsequiar al que esperamos, pero yo me encargaré de lo que se debe hacer esta noche. Y después, todas tus noches y tus días transcurrirán en plena posesión de la soberanía y del derecho absoluto de hacerlo todo.
MACBETH.- Hablaremos de eso con más calma…
(La señora Macbeth coloca unos aretes a su esposo y le pinta de rojo los labios)
SEÑORA MACBETH.- No te olvides de sonreír y de mostrar el rostro afable. La alteración de las facciones es espejo del miedo. Lo demás, queda de mi cuenta.
(Salen)


ESCENA II
Delante del castillo de Macbeth

EL REY.- Es muy pintoresca la posición de este castillo. Su aspecto agradable y risueño, halaga e inspira pensamientos de tranquilidad y alegría.
BANQUO.- Los blandos nidos de la golondrina –ese huésped de los veranos que se alberga en las moradas del hombre- demuestran que el hálito de los cielos acaricia amorosamente a este castillo.
(Entra la señora Macbeth)
EL REY.- He ahí la regia señora Macbeth, nuestra hospitalaria amiga. (A la señora Macbeth) Hola, Dios te premie por la molestia que te causamos.
SEÑORA MACBETH.- Estamos obligados ante Dios por nuestros beneficios pasados y por las últimas dignidades con que nos ha colmado.
BANQUO.- ¿En dónde está el señor de Cawdor? Le seguíamos los pasos, con la esperanza de llegar antes que él; pero es buen jinete e imagino que su amor, tan impaciente como su espuela, le hizo llegar antes que nosotros…
EL REY.- Queridísima Macbeth, somos sus huéspedes esta noche.
SEÑORA MACBETH.- Su Majestad, nuestros servidores, en personas y bienes, le pertenecen y al recibirlos no hacen más que restituir lo que es suyo.
BANQUO.- Os ruego, su merced, nos conduzca hasta donde está su esposo…
EL REY.- Bella, dame la mano, dejaré que me conduzcas esta noche a donde quieras.

(Salen)




Escena III
Aposento en el castillo de Macbeth
Se escucha de fondo la música y la algarabía. Entra Macbeth, luego la señora Macbeth.

MACBETH.- Si una vez hecha la cosa quedara terminada, lo mejor sería hacerlo sin tardanza. Si con el asesinato se zanjaran todas las consecuencias. Pero después del crimen sufrimos en la tierra un castigo: la justicia, con mano igual, presenta a nuestros propios labios la copa en que vertimos el veneno para los demás. El rey vive aquí confiado, cubierto de dos escudos. En primer lugar, soy su pariente y su vasallo, dos razones poderosas contra el crimen. Por otra parte, debo a mi huésped cerrar la puerta a su asesino, en vez de tomar yo mismo el puñal para herirle. Además, Duncan, a pesar de su impudor, ha sido tan encomiado en su función de rey, que habría quien se declarara contra el abominable crimen que sería arrancarlo de este mundo. (Entra la señora Macbeth)¿Qué noticias traes?
SEÑORA MACBETH.- Pronto acabará de cenar. ¿Por qué te retiraste del salón?
MACBETH.- ¿Ha preguntado por mí?
SEÑORA MACBETH.- ¿Olvidaste acaso nuestro plan?
MACBETH.- Es forzoso desistir de él. (Se saca una manga del vestido) Acaba de colmarme de honores, y he adquirido para toda clase de hombres una reputación pura como el oro, que quisiera conservar sin mancha mientras brille, en vez de lanzarla tan pronto al cieno. (Se despoja de los aretes)
SEÑORA MACBETH.- ¿Era una embriaguez pasajera la esperanza de que hacías alarde hace poco? Esa inconstancia cobarde dice mucho de lo que puedes como amante. ¿Tienes miedo acaso de ser el mismo hombre en tus acciones que en tus deseos? Quisieras poseer y, al mismo tiempo, vivir como un cobarde de tu propia estimación. Eres como el miserable gato que apetece los peces, pero no quiere mojarse las patas.
MACBETH.- ¡Calla! No prosigas, por piedad. Me atrevo a todo lo se atreve un hombre. Pero no es hombre el que traspasa ciertos límites.
SEÑORA MACBETH.- ¿Quién fue entonces el necio que te impulsó a hablarme de este proyecto? Cuando te atreviste a revelármelo eras un hombre, y aún lo serías más si te atrevieras a más. No se habían reunido el sitio y la ocasión, y sin embargo, maquinabas el cómo crearlos. Ahora se presentan ellos mismos sin buscarlos, y esta suerte te desalienta en vez de alentarte. He dado de mamar a un niño, y sé cuán grato es para una madre amar al tierno ser que se alimenta de su seno. Sin embargo, hubiera arrancado mi pecho de sus labios sonrosados y le hubiera hecho pedazos la cabeza si así hubiese jurado hacerlo, como tú juraste lo otro.
(Vuelve la manga del vestido de su esposo)
MACBETH.- ¿Y si fracasa nuestro proyecto?
SEÑORA MACBETH.- ¡Fracasar! Ármate de un valor que consuma el hecho y no fracasaremos. Cuando Duncan se halle en el profundo sueño que no dejará de sumirle el cansancio del viaje y el exceso de vino, perturbaré también a sus dos custodios, de modo que la memoria, centinela del alma, no será en ellos más que humo, y la razón, un alambique. La bebida sumergirá a los custodios en un sueño como de cerdos bien cebados, semejante al de la muerte. ¿Qué no podremos hacer tú y yo si Duncan está indefenso? ¿No nos será fácil acusar a esos dos guardias, que estarán hinchados como esponjas, si acaso nos hacen responsables de nuestro crimen?
MACBETH.- ¡No des al mundo más que hijos varones, porque de tus entrañas de hierro sólo deben salir hombres! En verdad, cuando hayamos manchado de sangre a esos dos custodios dormidos y nos hayamos servido de sus propios puñales, todo el mundo creerá que ha sido obra suya ese crimen.
SEÑORA MACBETH.- ¿Y quién se atreverá a creer lo contrario cuando lancemos gemidos de dolor sobre el augusto cadáver?
MACBETH.- Estoy decidido. (Se vuelve a colocar los aretes); voy a engrasar todos los resortes de mi energía para esta terrible hazaña. Volvamos al salón. Preparemos a nuestro favor todos los ánimos con las más afables expresiones de amistad. Un rostro falso debe ocultar los secretos de un corazón hipócrita.

(Salen)



ESCENA IV
Delante del Castillo.
Banquo y su hijo Fleance, luego Macbeth.
BANQUO.- ¿Está muy adelantada la noche, hijo mío?
FLEANCE.- La luna se oculta a las doce de la noche, padre.
BANQUO.- Creo que es más tarde. Toma mi espada. Parece que el cielo hace economías, pues no brilla ninguna estrella. El sueño pesa sobre mis párpados como plomo, y sin embargo, no quisiera dormir. (Entra Macbeth) Dame la espada. ¿Quién es?
MACBETH.- Un amigo.
BANQUO.- ¡Ah, Macbeth! ¿No te has acostado aún? El rey ya está en su lecho… Jamás le vi tan alegre y tan galante como esta noche. Acaparó toda la atención de tu esposa, a quien le regaló ese diamante, como muestra de cariño. Quedó muy agradecido por su hospitalidad.
MACBETH.- La recepción ha sido defectuosa, pues no estábamos preparados. Pero espero que el rey haya visto nuestro deseo de agradarle.
BANQUO.- El recibimiento no escatimó en esfuerzo. (Pausita) Estuve pensando en las tres hermanas fatídicas. Veo que no han mentido respecto a ti.
MACBETH.- Había olvidado ya su profecía. Hablaremos después más extendido de esto, si te parece.
BANQUO.- Cuando gustes.
MACBETH.- ¿Quieres venir conmigo?
BANQUO.- ¿Contigo? ¿A dónde?
MACBETH.- Eres un preciado varón, ¿quieres venir conmigo? Sé que no conoce límites tu osadía.
BANQUO.- No entiendo…
MACBETH.- ¿Y tu hijo?
BANQUO.- ¡Qué quieres con mi hijo!
MACBETH.- ¿Quisieran asociarse a mis proyectos cuando estén en sazón? No perderán en nada su honor.
BANQUO.-…Si no perdemos nuestro honor tratando de elevarlo, y si podemos mantener nuestro corazón libre y sin mancha ante nuestro soberano, te seguiremos con gusto.
MACBETH.- Así lo espero.
BANQUO.- Nos vamos a dormir. Buenas noches.
MACBETH.- Gracias. Las deseo para ustedes también felices.
(Se van Banquo y su hijo)
MACBETH.- ¡Qué veo! ¿No es un puñal con el mango vuelto hacia mí? Ven, ven a mi mano. (Busca inútilmente el puñal imaginario). No siento tu contacto y, sin embargo, te veo. Visión fatal. ¿No eres más que un puñal en idea producto de una mente delirante? Y sin embargo, te veo aún bajo una forma tan palpable. Me indicas el camino que he de seguir. Ahora veo en tu hoja y en tu mango gotas de sangre que antes no veía. Pero, no hay sangre; es una ilusión; es mi proyecto sanguinario que se manifiesta ante mis ojos // Esta es la hora en que en la Naturaleza aparecen visiones siniestras que se engendran bajo el misterio de las sombras. Esta es la hora en que las brujas ofrecen sacrificios a la pálida Hécate; y en que el asesino descarnado avanza con cauteloso paso hacia su víctima. Tierra, sé sorda a mis pasos, cualquiera que sea el camino que tomen. Mientras yo amenazo, Duncan vive: el hálito de las palabras enfría la acción. (Se oye una campana) Es la señal, mi esposa me llama. Estoy casado con la muerte. Voy. Dentro de un momento habrá acabado todo. (Se oye la campana) La campana me invita. No la oigas, Duncan, porque es el tañido fúnebre que te llama al cielo o al infierno.

(Sale)



ESCENA V
Salón del Castillo.
Señora Macbeth; luego Macbeth.
SEÑORA MACBETH.- (Con una copa y una botella en las manos. El traje militar en desarreglo) El licor que los ha embriagado a ellos surte en mí serenidad y osadía. Lo que los ha enfriado a ellos me inflama a mí. Escuchemos… Silencio… Es el búho que vela y da las buenas noches con su fúnebre canto. Silencio… Macbeth se ha resuelto por fin, las puertas están abiertas; y los custodios, hartos de vino, se burlan de sus deberes roncando. He mezclado en el licor una droga tan activa, que la naturaleza y la muerte se disputan entre sí para saber si vivirán o morirán.
MACBETH.- (Dentro) ¿Quién va? ¿Quién es?
SEÑORA MACBETH.- ¡Ah! ¿Habrán despertado? ¿Habrá fracasado nuestra empresa? Una tentativa abortada puede perdernos más aún que la ejecución. Escuchemos… Yo les he quitado los puñales, y él no puede menos que encontrarlos. Si el rey no fuese tan parecido a mi padre durante el sueño, yo misma me habría encargado de dar el golpe. (Entra Macbeth) ¡Señor!
MACBETH.- Acabé. ¿No has oído nada?
SEÑORA MACBETH.- He oído el lamento del búho. ¿No hablabas tú?
MACBETH.- ¿Cuándo?
SEÑORA MACBETH.- No hace mucho.
MACBETH.- (Se tapa la boca con una de sus manos manchada de sangre. En la otra sostiene los puñales. Mirándose la mano) ¡Triste espectáculo! Oí que uno reía entre sueños. Otro gritó: “¡Asesino!” en voz tan alta, que los dos se despertaron. Me detuve a escucharles, pero se pusieron a rezar y volvieron a dormirse.
SEÑORA MACBETH.- Los dos ocupan el mismo aposento. Vamos, toma tu bebida.
MACBETH.- Sí, la necesito. (Toma un trago) “¡Dios nos bendiga!”, murmuró el uno; y el otro contestó: “¡Amén!”, como si me hubieran visto con esta mano de verdugo. Y yo no pude contestar “Amén”, cuando dijeron “Dios te bendiga”.
SEÑORA MACBETH.- Olvida lo que ha pasado.
MACBETH.- ¿Por qué no he podido pronunciar el amén? Yo era el que tenía más necesidad de bendición; y sin embargo, la palabra se ahogó en mi garganta.

SEÑORA MACBETH.- Hay actos en los que no se pueden pensar una vez cumplidos. De lo contrario, perderíamos la razón. Deja la bebida.
MACBETH.- Me ha parecido oír una voz que gritaba: “¡No dormirás más!”. “¡Macbeth ha asesinado al sueño, al inocente sueño!”. El sueño, muerte suave de la vida de cada día, baño después del trabajo duro, bálsamo de las almas heridas.
SEÑORA MACBETH.- ¡Es que deliras! Dame acá esa copa.
MACBETH.- La voz gritaba, de aposento en aposento: “Macbeth, despídete del sueño”. ¡Glamis ha asesinado el sueño y Cawdor no dormirá más!”.
SEÑORA MACBETH.- ¿Quién decía eso? ¿Es posible, señor, que humilles tu valor con esas visiones delirantes?... Corre ligero en busca de agua y lava esa mancha que acusaría a tu mano… ¿Por qué no has dejado esos puñales en su sitio? Es preciso que queden allí, vuela a dejarlos en su puesto y mancha de sangre a esos dos hombres dormidos.
MACBETH.- ¡No iré, no! Me horroriza pensar lo que he hecho. ¿Volver a verles?... ¡No, no me atrevo!
SEÑORA MACBETH.- ¡Hombre débil! ¡Marica! Dame esos puñales. Si las heridas de Duncan todavía expulsan sangre, enrojeceré con ella la cara de esos hombres, porque es forzoso que parezcan culpables de este crimen.
(Se va la señora Macbeth. Tocan a la puerta)
MACBETH.- ¿Dónde llaman? ¿Qué es esto? El menor ruido me hiela de espanto. ¿Qué manos son esas? ¿Qué manos son esas que me arrancan de las órbitas mis ojos?... Todo el océano inmenso no bastaría para lavar esta sangre de mi mano. No, mi mano teñiría la inmensidad de los mares volviendo rojas las aguas verdes.
(Vuelve a entrar la Señora Macbeth)
SEÑORA MACBETH.- Mis manos están ya tan rojas como las tuyas. Pero me avergonzaría de tener un corazón tan blando como el tuyo. (Llaman) Oigo llamar a la puerta. Retirémonos a nuestro aposento. Un poco de agua nos lavará esta acción. Ya ves qué fácil cosa es… (Llaman) ¿Oyes? Vuelven a tocar. Desnudémonos sin tardanza, no sea que nos sorprendan con el aspecto de gente que no se han acostado. No te dejes dominar miserablemente por tus cobardes pensamientos.
MACBETH.- Cuando reconozco lo que he hecho, quisiera mejor no reconocerme a mí mismo… (Llaman) Llamen, llamen hasta que se despierte Duncan. Rogaría al cielo que pudiera despertar.

(Salen)



ESCENA VI
Delante del Castillo.
Llaman a la puerta. Entra el Criado. Luego, Macduff, Macbeth, la señora Macbeth, Banquo, Malcolm, Donalbain.
CRIADO.- Esto es lo que se llama ¡un golpe! de verdad. (Tocan) ¡Llaman! ¡Llaman! ¡Llaman! ¡Quién es, por todos los diablos! ¿No podría ser más inoportuno? (Se repiten los toques) ¡Voy! ¡Voy! En nombre de los mil demonios, ¿quién es? Por mi vida que es un hombre equivocado, que entraría alegremente a cualquier sitio que le abriera la puerta; si es que no lograra tenerse en pie y le esperara en casa su mujer con un garrote en la mano. (Tocan) ¡Entra hombre equivocado! (Tocan) ¡Voy! ¡Voy! ¡Voy! No cesa un momento. Ay, este sitio es demasiado frio para ser infierno y no quiero ser más portero del diablo. (Tocan) ¡Por un demonio! ¡Voy al momento! ¿Quién eres?
(Entra Macduff)
MACDUFF.- Buen hombre, te habrás acostado muy tarde, por lo visto, cuando todavía duermes a esta hora.
CRIADO.- Confieso, señor, que nos sorprendió con el vaso en la mano el segundo canto del gallo.
MACDUFF.- Perdona, con la prisa no traje para obsequiarte algún depurativo.
CRIADO.- Ya me he vengado de ese insulto, señor. El vino me tenía agarrado por las piernas y yo lo he expulsado de mi estómago.
MACDUFF.- ¡Qué elocuencia! ¿Se ha levantado ya tu amo?... Ah, veo que lo han despertado los golpetazos. Aquí viene.
(Entra Macbeth)
MACBETH.- Buenos días, buen Macduff.
MACDUFF.- Buenos días, buen Macbeth. ¿Se ha levantado ya el rey, digno señor?
MACBETH.- Todavía no.
MACDUFF.- Me mandó que le despertara temprano y temo no haber sido puntual.
MACBETH.- Lo conduciré a su aposento.
MACDUFF.- No se moleste, es mi deber. (Sale)
CRIADO.- ¿Parte hoy el rey, señor?
MACBETH.- Así lo ha dispuesto.
CRIADO.- ¡Qué lástima! Es un señor muy alegre con las mujeres y muy dadivoso: gusta de regalar a unos pocos las arcas del país y de compartir con todos el vino de sus barricas. ¡Pan y circo! ¡Pan y circo! En este caso, menos pan y más circo. Y con todo a la gente le gustaría seguir la fiesta.
MACBETH.- Todo tiene su final.
CRIADO.- Sí, (cantado) “nada dura para siempre…” ¡De las canciones que coreamos todos juntos anoche con la juma en fraternal abrazo! Todos los nobles del ejército real asistieron con gusto a la cena del agasajo. El rey ha debido quedar contento.
MACBETH.- Así lo espero.
(Vuelve a entrar Macduff)
MACDUFF.- ¡Horror! ¡Horror! La lengua no puede dar nombre a cosa semejante.
MACBETH.- ¿Qué sucede?
MACDUFF.- El más sacrílego asesino ha consumado aquí su obra maestra arrebatándole la vida que lo animaba.
MACBETH.- ¿Qué dices? ¿La vida de quién?
CRIADO.- ¿Habla de Su Majestad?
MACDUFF.- Vayan a su aposento y quedarán ciegos ante la nueva Gorgona… No me pregunten nada más. Entren y véanlo con sus propios ojos… (Se van Macbeth y su criado) ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Despierten todos! ¡Que toquen la campaña a arrebato! ¡Traición! ¡Banquo! ¡Malcolm! ¡Donalbain!, ¡despierten! ¡sacudan el sueño que no es más que un remedo de la muerte, y vengan a contemplar a la muerte en persona!
(Se oye la campana. Entra la señora Macbeth)
SEÑORA MACBETH.- ¿Qué sucede? ¿Por qué el arrebato de campana despierta a todos en el castillo?
MACDUFF.- Noble señora, lo que podría decir afligiría a sus oídos, pues mis palabras matarían a la mujer que las oyera. (Entra Banquo) Banquo, Banquo… han asesinado a nuestro soberano.
SEÑORA MACBETH.- ¡Qué desgracia! ¡Y en mi casa!
BANQUO.- Dolorosa noticia donde quiera que suceda.
(Vuelve a entrar Macbeth y su Criado)
MACBETH.- ¿Por qué no he muerto yo una hora antes de esta desgracia? Hubiera terminado mis días viendo la gloria, la virtud; que ahora ha cerrado los ojos para siempre.
(Entran Donalbain y Malcolm)
DONALBAIN.- ¿Qué desgracia ha sucedido?
MACBETH.- Desgraciados ustedes que todavía no lo saben.
BANQUO.- Han asesinado a su padre.
MALCOLM.- ¡Es posible! ¿Quién?
MACDUFF.- Los custodios, según las apariencias, porque tenían las manos y las caras manchadas de sangre, así como sus puñales que hemos encontrado en la cabecera. Parecían atónitos.
BANQUO.- ¡Por qué se les confió una vida tan preciosa…!
MACBETH.- Yo les pagué con mi furia, y les di muerte.
MACDUFF.- ¿Por qué los mataste?
MACBETH.- ¿Quién puede ser leal y a la vez indiferente? El ímpetu de mi desesperado amor cegó mi razón. Yacía allí Duncan con su blanco pecho inundado en sangre y sus anchas heridas entreabiertas; y estaban allí los asesinos, teñidos con el color de su oficio y con los despiadados puñales ensangrentados hasta el mango. ¿Qué hombre podría contenerse?
SEÑORA MACBETH.- (Fingiendo desvanecerse) ¡Sáquenme de aquí! ¡Necesito ayuda!
MACDUFF.- (Sosteniendo a la señora Macbeth) Auxilien a la señora.
SEÑORA MACBETH.- ¡Siento que me ahogo de dolor!… ¡en un inmenso mar de llanto!
MACDUFF.- Por favor, auxilien a la señora.
(El Criado acompaña a la señora Macbeth fuera de escena).
DONALBAIN.- Es nuestra esta horrible ofensa, ¿por qué permanecemos callados?
MALCOLM.- Qué podemos decir cuando todo es tan adverso. Nuestras lágrimas no se terminarán hoy.
BANQUO.- Esperaremos a que baje la marea del “inmenso mar de llanto” para examinar este horrendo suceso con calma. Yo me entrego a la mano de Dios, y de seguro que con su apoyo descubriremos los secretos de esta traición.
MACBETH.- Estoy de acuerdo.
TODOS.- Así sea.
MACBETH.- Por ahora, vistamos nuestras mejores galas para la ocasión y vayamos a reunirnos todos en palacio. Démonos prisa.
(Se van todos, menos Malcolm y Donalbain)
MALCOLM.- ¿Qué dices?
DONALBAIN.- La noche estuvo horrible. Gemidos y gritos de muerte, voces presagiando con acento terrible los trastornos y confusos sucesos de la desgracia. El ave de las tinieblas ha cantado toda la noche.
MALCOLM.- Eso es tan sobrenatural como lo que ocurrió el martes pasado. Un halcón remontado en el espacio, orgulloso de las alturas, fue devorado por un búho, que sólo come ratones.
DONALBAIN.- Voy a partir para Irlanda.
MALCOLM.- Y yo para Inglaterra. Aquí hay puñales en las sonrisas. Y el más cercano a nosotros por la sangre es el más tentado a derramar la nuestra. Partamos. Hay que huir del peligro cuando no se puede esperar ninguna misericordia.

(Salen)



TERCERA PARTE
ESCENA I
Salón del Palacio Real.
A un costado la mesa de un banquete.

BANQUO.- Se cumplió la profecía. Eres Glamis, Cawdor y… rey; la huída de los hijos de Duncan apresuró tu ascensión. Se cumplió todo lo que te auguraron las brujas fatídicas. Pero sospecho que para llegar a esa gran altura te has valido de la traición, con su pérfida mano. Y sin embargo, las brujas advirtieron que tu posteridad no gozaría de tu grandeza, y tan sólo yo seré el padre de una estirpe de reyes. Vaya, esta noche se confunde nuestro vestido de gala: si para asistir al funeral del difunto rey, si para asistir a la fiesta de tu coronación. ¿Por qué lo que ha sido cierto para tu grandeza no sería motivo para mi esperanza? Reservaré éste, mi mejor traje para mejores galas. Es mejor huir. Y muy aconsejable es avisar a mi hijo de mis planes, si quiero preservar intacta mi esperanza.

(Se va)     



ESCENA II
Trompetería
En el mismo salón del Palacio Real.
Entran la Reina y el Rey Macbeth, vestidos de gala siempre intercambiados; al igual que sus cetros en las cabezas.

SEÑORA MACBETH.- ¿Qué sucede? ¡Quita esa cara! Esta la noche del banquete por tu coronación. Ahuyenta las negras sombras que nublan tu mente, y preséntate radiante y esplendoroso.
MACBETH.- Hemos herido la serpiente, pero no la hemos matado. ¿Acaso no sabes que Banquo y su hijo viven aún?
SEÑORA MACBETH.- No te recuerdes de eso ahora, nuestros invitados nos esperan. ¡Ánimo, la noche es joven, ánimo!
MACBETH.- Sí, amor mío, ánimo. ¿Acudió Macduff a nuestra invitación?
SEÑORA MACBETH.- No lo invité. Sé que se negaría a venir.
MACBETH.- No estaremos seguros mientras tengamos que lavar nuestras almas y ocultar los corazones con nuestros rostros. Paciencia, amada mía. Antes de que se den la señal de los bostezos de la noche, se habrán cumplido acciones siniestras.
SEÑORA MACBETH.- ¿Qué cosas tramas? ¿Qué acciones serán esas?
MACBETH.- Acciones de las que debes ser inocente hasta que puedas aplaudirlas. Cuando la luz agoniza y las buenas criaturas del día empiezan a adormecerse, los negros agentes de la noche se despiertan para correr detrás de su presa. (Pausita) ¿Te asombran mis palabras, verdad? El crimen llama al crimen. Paciencia. Paciencia. Seamos esta noche la pareja del año, los reyes de la noche. Ven conmigo, querida esposa.
(Se acercan a la mesa que está vacía)
MACBETH.- Ya saben el sitio que debe ocupar cada uno en la mesa. A pesar de ser rey ahora, me sentaré en la misma mesa como simple invitado.
SEÑORA MACBETH.- Yo los saludo a todos y les agradezco porque mi corazón se honra con sus presencias. Sentados, por favor.
MACBETH.- Ah, los dos lados de la mesa están ocupados; yo me sentaré aquí, en la cabecera, y tú, amor mío, en el otro extremo. ¡Pronto circulará el vino!
(Entra el Criado con el servicio)
SEÑORA MACBETH.- Mi rey, mi señor, alegre esa cara y sonría. No hay fiesta si el anfitrión no da muestras de que la ofrece con gusto. La amabilidad debe acompañar la velada, pues si sólo va a cenar el invitado prefiere quedarse en casa.
(Sale el Criado)
MACBETH.- Amable consejera. ¡Que siga al apetito una buena digestión y la acompañe una salud completa! Alcemos nuestras copas y brindemos.
(Ambos alzan sus copas y queda la escena congelada; otra escena sucede en el costado).
ASESINO 1.- ¿Quién te ha mandado a que vinieras?
ASESINO 3.- Macbeth.
ASESINO 2.- No tiene motivos para desconfiar de nosotros. Cumpliremos el encargo al pie de la letra.

ASESINO 1.- (Al asesino 3) Está bien, hombre, quédate y verifica cómo el que busca asilo nos encuentra en el camino.
ASESINO 2.- ¡Atención! Oigo pasos.
BANQUO.- (Acercándose con una antorcha) ¡Hola! ¡Luz! Hijo, ¿eres tú?
FLEANCE.- (Dentro) Padre, ¿ya estás aquí?
ASESINO 2.- A mi seña.
BANQUO.- Démonos prisa, lloverá esta noche.
ASESINO 1.- ¡Qué llueva! (Da una puñalada a Banquo)
BANQUO.- ¡Ay! ¡Traición! Huye, querido hijo. Huye y podrás vengarme.
(Banquo muere. Fleance apenas se asoma y huye)
ASESINO 3.- ¿Quién apagó la luz?
ASESINO 2.- Uno solo cayó; el hijo ha huido.
ASESINO 1.- Fallamos el mejor golpe.
ASESINO 2.- ¡Qué desgracia para un murciélago!
ASESINO 3.- Pronto, vayamos a contar lo que hicimos y lo que no.
ASESINO 1 Y 2.- Vamos.
(Salen)
(Se descongela la otra escena)
MACBETH.- (Bebiendo de su copa) ¡Sangre! ¡Sangre!
(Macbeth se levanta asustado de su asiento; mientras la sombra de Banquo va a sentarse en el mismo).

SEÑORA MACBETH.- (A Macbeth) ¿Qué sucede, esposo mío? (A los invitados) No hagan caso, señores. Es un malestar que aqueja al Soberano habitualmente, pero el paroxismo es pasajero, bastará un momento para que se le desvanezca. (A Macbeth) Señor, los invitados te están viendo.
MACBETH.- ¡Ah! Lo olvidaba… (A los invitados) No se ocupen de mí, amigos. Padezco una extraña dolencia a la que están acostumbrados los que me rodean.
SEÑORA MACBETH.- Vaya, vaya a ocupar su silla, querido rey.
MACBETH.- Toda la mesa está ocupada…
SEÑORA MACBETH.- ¿Cómo? ¿Qué turba de esta manera a vuestra Majestad? ¿Por qué tienes la mirada fija en ese asiento?
MACBETH.- ¡Mira… mira allí, por piedad! ¿Lo ves? Pero, no puede acusarme. No agites contra mí tu cabeza ensangrentada. ¡Huye, apártate de mi presencia; vuelve al fondo de la tierra! ¡Tus huesos están huecos, tu sangre está helada, no tienes mirada en esos ojos que me aterran!
(Desaparece el fantasma de Banquo)
SEÑORA MACBETH.- No, sentados, amigos míos, sentados. El Soberano padece esos desvaríos desde la juventud. (A Macbeth) Es una visión de nuestro miedo. ¿Eres un hombre?
MACBETH.- Por mi vida que si se me apareciera un león, un tigre, un rinoceronte, ¡un ejército entero! no se agitarían mis nervios como con esa horrible forma sin vida. (Pausa) Huyan de mí tristes pensamientos. Voy a sentarme. Es vino y necesito vino. Beberé hasta el fondo. ¡Salud y amistad para todos!
SEÑORA MACBETH.- Así está mejor. Ahora, pasemos al manjar.
(Entra el criado con una bandeja. Queda congelada nuevamente la escena; mientras se ve la del costado).
SEÑORA MACDUFF.- Hijo, tu padre abandonó su patria y, con ello, huyó de nosotros porque no nos ama, la naturaleza no conmovió su corazón. Hasta el más pequeño de los pájaros defiende su nido, pero él huyó lleno de terror. ¿En dónde encontrarás otro padre?
EL NIÑO.- ¿En dónde encontrarás otro esposo?
SEÑORA MACDUFF.- ¿Yo? Podría comprar veinte esposos cuando quisiera y aun sin quererlo.
EL NIÑO.- Para volver a venderlos.
SEÑORA MACDUFF.- Calla, mocoso, no tienes edad para lo que dices. El cielo vele por ti. Macduff ha dejado a su esposa, a su hijo y a sus bienes para huir como un cobarde. Me he quedado sin esposo y tú sin padre. ¿Cómo vivirás?
EL NIÑO.- Como los pájaros, madre.
SEÑORA MACDUFF.- ¿Te alimentarás de gusanos y moscas?
EL NIÑO.- De lo que encuentre, como ellos.
SEÑORA MACDUFF.- ¡Pobre pajarito! ¿No le temes a las redes, a los lazos y a las ligas?
(Entran los tres asesinos con una red, un lazo y una liga)
EL NIÑO.- ¿Qué hombres son esos, madre?
SEÑORA MACDUFF.- ¡Huye, hijo! ¡Corre! ¡Vuela! ¡Vuela!
ASESINO 1.- (Da con la liga al niño en la cabeza) Una liga atinada en la cabeza del pichoncito.
ASESINO 2.- (Enlaza una cuerda al niño) Un lazo lo ata a su funesto destino.
ASESINO 3.- (Echa la red al niño) La red lleva el mandado del crimen.
SEÑORA MACDUFF.- ¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo, hijos de puta!
ASESINO 1.- (Dando una puñalada a la señora Macduff)¡Toma, perra, esposa de traidor!
SEÑORA MACDUFF.- ¡Bestia, me has herido! ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta adentro!
(La señora Macduff huye adentro dando gritos, los asesinos la persiguen)
ASESINO 2.- Vayamos detrás de ella.
ASESINO 3.- (Con la red a carga) ¡Querrá enseñarnos la casa! Me quedaré a ver su alcoba…
ASESINO 1.- Y después le enseñaremos su nueva morada: el ataúd.
(Salen)

(Se descongela la otra escena y el Criado destapa la bandeja de la mesa)
MACBETH.- ¡Horror! ¡No tengo valor de ver lo que haría palidecer al diablo!
SEÑORA MACBETH.- Otra vez esos súbitos arrebatos, esos estremecimientos.
MACBETH.- ¡La cabeza de un niño es mi manjar! ¿Quién hizo esto? ¡Fuera esa bandeja infernal! ¡Fuera!
(El criado se lleva rápido la bandeja)
SEÑORA MACBETH.- Haz ahogado el placer de esta velada con tus delirios y extravíos.
MACBETH.- ¿Puedes tenerte en pie ante lo que pone a mis mejillas blancas de miedo?
SEÑORA MACBETH.- Llegará un tiempo en que el asesinato será asunto de todos los días. Se matará a alguien y éste alguien quedará bien muerto y todo habrá terminado.
MACBETH.- Hoy no, todavía vienen resucitadas las víctimas del crimen a quitarnos nuestros asientos…
SEÑORA MACBETH.- Estamos solos, Macbeth. Nadie comparte nuestro miedo.
MACBETH.- Iré a hablar con las hermanas fatídicas. He avanzado tanto en la senda de la sangre, que retroceder sería tan angustioso como avanzar. Siento en mí cosas extrañas, que bajan de mi cabeza hasta el puño de mi mano; y me empujan a ejecutar antes que reflexionar.
SEÑORA MACBETH.- Esposo mío, necesitas el bálsamo de todas las penas: el sueño.
MACBETH.- Sí, vamos a dormir. El extraño olvido de mí mismo apaciguará un instante el miedo que necesito vencer. Somos aún novicios en el crimen.

(Salen)



ESCENA III
Truenos y relámpagos.
Una caverna sombría. Se escucha la lluvia afuera.
En el centro una caldera hirviendo. Entran las tres brujas. Luego Macbeth en bata de dormir.

BRUJA 1.- Tres veces el gato maulló.
BRUJA 2.- Y el erizo tres veces gimió.
BRUJA 3.- El búho grita: <¡Llegó la hora!>.
LAS TRES BRUJAS.- (Danzando en torno a la caldera)
Hierva la caldera,
no la dejes sola;
dancemos en torno
con gran batahola.
BRUJA 1.- (Lanzando las cosas a la caldera)
Lancemos en ella la lengua de un perro,
lana de murciélago, dardos de escorpión,
músculos de ranas, ojos de lagarto…
BRUJA 2.-
alas de lechuza, de dragón escamas,
dientes de lobo, fauces de tiburón,
la piel de una víbora, también su aguijón.
LAS TRES BRUJAS.- (Danzando)
Aumente el trabajo,
crezca la labor,
hierva la caldera
con sonoro hervor.
BRUJA 3.-
Enfría la mezcla
con sangre de mono;
el hechizo resta…
ya está hecho todo.
BRUJA 1.- Por la picazón de mis pulgares reconozco que nos invoca un maldito. Que entre el que llame.
(Entra Macbeth en bata de dormir)
MACBETH.- Misteriosas brujas, negros fantasmas de la media noche, ¿qué están haciendo?
LAS TRES BRUJAS.- Una obra que no tiene nombre.
MACBETH.- Yo las conjuro a contestar mis preguntas; así tengan que desencadenar los vientos y lanzarlos contra las iglesias, levantar las olas espumosas y tragar las naves, desplomar las casas sobre sus dueños y revolver todos los gérmenes de la Naturaleza hasta agotar la misma destrucción; yo las conjuro a contestar mis preguntas.
BRUJA 1.- Habla.
BRUJA 2.- Pregunta.
BRUJA 3.- Te contestaremos. Di si prefieres oír las respuestas de nuestra boca, o de aquellos que nos mandan.
MACBETH.- Llámenlos, que vengan. Necesito combatir el miedo con el miedo.
LAS TRES BRUJAS.-
Espíritus negros,
espíritus blancos,
agiten la mezcla
de risas y llantos.
(Un trueno y todo se torna oscuro. Aparece un espejo)
EL FANTASMA DEL ESPEJO 1º.- ¡Macbeth! ¡Macbeth! ¡Macbeth!
MACBETH.- Genio desconocido, dime…
BRUJA 1.- Calla y oye sus palabras. Él sabe lo que piensas.

EL FANTASMA DEL ESPEJO 1º.- Desconfía de Macduff, desconfía del padre que llora al hijo muerto. Ahora déjame partir; ya lo sabes todo. (Desaparece)
MACBETH.- Has tocado la cuerda de mi temor, no he acabado del todo con Macduff. Prosigue… Habla.
BRUJA 2.- No puede recibir mandatos. He aquí otro más poderoso que él.
(Trueno. Aparece otro espejo)
EL FANTASMA DEL ESPEJO 2º.- ¡Macbeth! ¡Macbeth! Tienes el poder; sé sanguinario, osado y búrlate hasta el desprecio de la gente; porque ningún nacido de mujer podrá causar daño a Macbeth. (Desaparece)
MACBETH.- ¡Vive, pues, Macduff! ¿Por qué debo temerte? Sin embargo, morirás, como garantía del destino.
(Trueno. Aparece otro espejo)
¿Quién es ése que parece hijo de rey, en cuyas sienes está ceñida la corona de oro, emblema de la soberanía?
BRUJA 3.- Calla y escucha.
EL FANTASMA DEL NIÑO DEL ESPEJO.- Macbeth, sé fiero como el león. No atiendas las súplicas y necesidades de tu pueblo. No hagas caso de quien te ofenda, te dé pesar o conspire contra ti. Macbeth no será vencido, hasta que un gran bosque suba para combatirle en una alta colina. (Desaparece)
MACBETH.- ¡Dulces predicciones! Eso no sucederá jamás. ¿Quién puede hacer andar un bosque? ¿Quién puede mandar al árbol que arranque su raíz del centro de la tierra? Rebelión no alces la cabeza, Macbeth vivirá en toda su grandeza durante el plazo que concede la vida. Sin embargo… mi corazón desea saber si reinará un día en este país la estirpe de Banquo.
LAS TRES BRUJAS.- No quieras saber más.
MACBETH.- ¡Lo quiero! Si no me lo revelan, caiga sobre ustedes una eterna maldición… (La tierra se traga la caldera) ¿Por qué se hunde en la tierra esa caldera? (Se escucha una música de oboes) ¿Qué significa esa música?
BRUJA 1.- Muéstrense.
BRUJA 2.- Muéstrense.
BRUJA 3.- Muéstrense.


LAS TRES BRUJAS.-
Aparezcan a su mirada
y aflijan su corazón,
aparezcan y desaparezcan
porque sombras,
sólo sombras son.
(Aparecen ocho espejos en escena)
MACBETH.- (Se mira en el primer espejo) ¿Quién eres? ¡Oh!, me veo… Rostro que mira y es mirado... Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo. El reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro. ¡Como a Claudio, tío del príncipe Hamlet! (Ríe irónicamente) Pobre rey de una tarde, rey soñado; no sintió que era un sueño hasta aquel día en que un actor mimó su felonía con arte sigiloso en un tablado. A mí también me acecha el cristal, ese escrutinio del ser difuminado en infinitas sombras que dan vértigo. ¡Todos estamos condenados a disimular nuestras ojeras! Y yo, debo ordenar mis cabellos, y mis manos, y mi figura… Necesito crear la imagen que quiero de mí mismo… Entonces, ¿quién soy? ... ¡Quién eres!: Te pareces a la sombra de Banquo. ¡Aléjate…! Tu corona quema mis ojos. ¡Y tú…! llevas también ceñida la corona, tu cabellera es igual a la del primero. ¡El tercero se parece al segundo! Malditas brujas, ¿por qué invocaron estos espectros? ¡Otro…! Mis ojos quieren salir de sus orbitas… ¡Otro…! ¿Va a propagarse la familia de Banquo hasta el fin del mundo?... ¡Otro…! Veo que lleva dos globos y tres cetros. ¡Otro…! No quiero mirar más… ¡Horrible espectáculo! Lo comprendo todo, todo, esto refleja una larga descendencia. ¿Será verdad?
(Cesa la lluvia. En penumbras)
BRUJA 1.- Macbeth, ¿por qué te quedas lleno de dolor y de asombro? (A las otras brujas) Vengan, hermanas, vamos a alegrarlo. Vamos a ahuyentar su sombrío pesar con nuestros mejores placeres.
BRUJA 2.- Voy a hechizar el aire para que salga una música que acompañe nuestra antigua danza.
BRUJA 3.- Este gran rey no podrá decir que no le agradecimos la visita.
(Música de oboe. Las brujas danzan y desaparece todo con ellas)
MACBETH.- ¿En dónde están? Han desaparecido. ¡Eternamente malditas! Malditas. Aire, necesito aire.

(Sale)



ESCENA IV
Salón del Palacio.
Un Doctor, la Criada de la reina; luego la señora Macbeth en bata de dormir con alguna prenda militar.
DOCTOR.- Hace dos noches que velo contigo, y todavía no puedo confirmar tu relato. ¿Cuándo se paseó por última vez?
CRIADA.- Desde que Su Majestad está en guerra, he visto a la reina levantarse de la cama, vestirse de prisa, tomar papel, escribir en él, leer lo que había escrito, doblarlo, encerrarlo en un sobre, volverse a acostar y permanecer durante todo ese tiempo en el más profundo sueño.
DOCTOR.- Disfrutar del beneficio del sueño y hacer al mismo tiempo lo que se hace despierto revela un gran desorden de la naturaleza. ¿Qué le oíste decir mientras paseaba dormida?
CRIADA.- Esas palabras, doctor, jamás las repetiré. Mírela, ahí viene. Así la vi la otra noche, por mi vida que está profundamente dormida. Apartémonos un poco para mirar.
(La criada y el doctor se apartan un poco para mirar)
DOCTOR.- ¿Qué hace? Mira cómo se frota las manos.

CRIADA.- Lo hace continuamente, como si quisiera lavárselas. Se lo he visto hacer durante un cuarto de hora.
SEÑORA MACBETH.- (En voz baja) Todavía queda una mancha.
DOCTOR.- Habla. Escuchemos, quiero escribir todo lo que dice para no olvidarlo.
SEÑORA MACBETH.- ¡Vete, mancha maldita! ¡Vete… lo ordeno! La una… Las dos… Llegó el momento. ¡Cómo! ¡Tú, un soldado tener miedo! ¿Qué importa que lo sepan cuando ya seamos poderosos?... ¡Quién hubiera creído que un viejo lascivo y baboso podía contener tanta sangre!...
DOCTOR.- ¡Oyes esto!
SEÑORA MACBETH.- Macduff tenía una mujer, sus ojos eran hermosos. Tenía una mirada seductora.  Y sus labios, como una roja cereza; una dulce y jugosa cerecita para saborear. ¿En dónde está? La cereza ahora se pudre. ¿No se limpiarán nunca mis manos?... Basta, señor, basta. Vas a turbar al mundo entero con tus temblores.
DOCTOR.- Has oído lo que nunca debiste saber.
CRIADA.- No, ella es la que ha dicho lo que no debía decir. Y ya el cielo sabe lo que ella nos revela.
SEÑORA MACBETH.- (Llevándose una mano al rostro) ¡Siempre el hedor de sangre! Todos los perfumes de la Arabia no perfumarían esta mano. ¡Ah…! ¡Ah…! ¡Ah…!
DOCTOR.- ¡Qué suspiros tan profundos! Su corazón sufre una carga dolorosa.
CRIADA.- Con toda su grandeza, no me gustaría tener en mi seno un corazón como el suyo.
SEÑORA MACBETH.- Lávate las manos… desnúdate, no estés pálido. Te repito que Banquo ha muerto, y no podrá salir más de su tumba.
DOCTOR.- ¿Será cierto?
SEÑORA MACBERTH.- ¡Acuéstate! ¡Acuéstate!... Llaman a la puerta… Ven, ven, dame la mano. Lo hecho no tiene remedio. ¡Al lecho! ¡Al lecho!
(Se va)
DOCTOR.- ¿Irá a acostarse ahora?
CRIADA.- Sí.
DOCTOR.- Horribles palabras salieron de su boca… Las conciencias infectadas revelan secretos a la sorda almohada. Hum… Hum… Su enfermedad es superior a mi ciencia: la reina necesita un sacerdote más que a un médico. Bien, bien, síguela, aparta todos los objetos que puedan lastimarla. No la pierdas de vista. ¡Y Dios, Dios, perdónanos a todos! Pienso…y… no me atrevo a expresar lo que pienso. Buenas noches.
CRIADA.- Buenas noches, excelentísimo doctor.



Escena V
Un campamento.
En el fondo se destaca un bosque.

DONALBAIN.- Todos los días se reportan gemidos de nuevas viudas y lloran nuevos huérfanos; todos los días nuevos dolores hieren la faz del cielo por los pesares de nuestra Escocia. (A Macduff) Macduff, tu casa fue sorprendida y todo lo que ésta contenía ha sido arrasado.
MACDUFF.- ¡Dios misericordioso! Habla, ¿qué contenía mi casa?
DONALBAIN.- Servidores, esposa, hijo…
MACDUFF.- ¡Ay, también mi hijo!
DONALBAIN.- Todos han sido bárbaramente asesinados.
(Pausa)
FLEANCE.- Busquemos un sitio solitario y desahoguemos las lágrimas del corazón.
MACDUFF.- ¡No! ¡No! empuñemos el acero y como valientes, partamos sin tardanza a liberar nuestra patria humillada. ¡Dios mío! ¿por qué no estaba yo allí?
MALCOLM.- Buena pregunta, ¿por qué huiste como un cobarde de tu esposa y de tu hijo -ese amor móvil de las acciones- sin despedirte siquiera de ellos? No tomes a mal mis sospechas, pero somos jóvenes, y el plan pudiera haber sido cambiarnos a nosotros, débiles e inocentes corderos, para apaciguar a un Dios irritado.
MACDUFF.- No soy un traidor.
DONALBAIN.- Pero lo es Macbeth.
MALCOLM.- Sé que se alzarían muchos brazos por mi causa; Donalbain trajo hombres de Irlanda y aquí, en Inglaterra, he recibido la oferta de mil valientes. Pero a pesar de todo, si llego a derribar la cabeza del tirano, no por eso mi patria verá menos vicios que antes.
MACDUFF.- ¿Por qué?
MALCOLM.- Porque siento en mí hondamente arraigados todos los vicios.
MACDUFF.- No es posible; en las legiones del infierno no hay un demonio tan maléfico como Macbeth.
MALCOLM.- Hay en mí una pasión que crece día a día, y es una avaricia tan insaciable, que si fuera rey daría muerte a todos los nobles para apoderarme de sus bienes. Codiciaría las alhajas de uno, las casas de otro; y cuanto más tuviera, más sería mi hambre. Buscaría injustas contiendas a las personas justas y leales, y las aniquilaría para apoderarme de cuanto poseyeran.
MACDUFF.- La avaricia ha sido la espada que ha asesinado a muchos de nuestros gobernantes. Sin embargo, tus virtudes…
MALCOLM.- ¡Odio todas las virtudes!: la justicia, la verdad, la templanza, la firmeza, la bondad, la constancia, la modestia, la piedad, la paciencia, el valor... En cambio, siento todas las malas pasiones. Si estuviera en mi mano, haría beber al infierno la dulce leche de la concordia y confundiría la paz universal.
MACDUFF.- ¡Pobre Patria! ¡Pobre Patria!
MALCOLM.- ¿Crees que un hombre tan perverso como yo nació para gobernar?
MACDUFF.- No, y ni siquiera nació para vivir. Esos vicios de que te acusas me destierran para siempre de Escocia. ¡Corazón mío, murió toda esperanza! Adiós.
MALCOLM.- Macduff, hijo de la integridad. Has arrojado de mi alma las negras sospechas con tu honor y tu lealtad. Que sea tu dolor la piedra con que se afile la espada.
MACDUFF.- Ya no quiero llorar como una mujer y lanzar amenazas de palabras. Quiero estar frente a frente a ese infame gobernante.
FLEANCE.- Los soldados nos esperan.
DONALBAIN.- Macbeth llegó al borde del abismo y las potencias celestes se arman para hacerle caer. No hay noche, por larga que sea, que no conozca el amanecer.

(Salen)



Escena VI
En una fortaleza del Palacio.
MACBETH.- Estoy solo. No debo tener la esperanza de volver a encontrar lo que consuela la vejez: la consideración y los amigos. No hay a mi alrededor más que maldiciones en voz baja. Estoy solo. Pero, ¡quién necesita defensores si yo no conoceré el miedo hasta que ese bosque se ponga en marcha hacia esta colina! Y, ¿quién es Malcolm? ¿No es hijo de una mujer? Los espíritus que conocen los secretos humanos me han dicho: “No temas, Macbeth; ningún hombre nacido de mujer podrá nunca contra Macbeth…” Huyan, pues, traidores, porque el espíritu que me guía no cederá nunca a la duda ni al temor.
(Entra el Criado)
MACBETH.- ¿Por qué vienes tan pálido, cobarde?
CRIADO.- Señor, son diez mil…
MACBETH.- ¡Pájaros, imbécil!
CRIADO.- Soldados, señor.
MACBETH.- ¿Qué soldados son esos? ¡Responde, bufón!
CRIADO.- Perdone, señor, es el ejército inglés…
MACBETH.- Ah, se acerca el momento en que voy a ser feliz para siempre. Quiero estar preparado. Dame la armadura.
(Entra el doctor)
MACBETH.- Dije: “dame la armadura”, zopenco. (Al doctor) Y ¿cómo está nuestra enfermita, doctor?
DOCTOR.- En casos como estos, el enfermo mismo debe procurarse el remedio.
MACBETH.- ¿De qué sirve, entonces, la medicina si vale tan poco? (Al Criado) ¡Mi armadura, bufón! ¡Tráeme la lanza! (Al doctor) Doctor, todos me han abandonado. Si usted pudiera adivinar por sus síntomas la enfermedad de mi reino, y restituirle con remedios la salud de que gozaba en otra época, le regalaría su propio consultorio. ¿Qué clase de sen o de otro remedio purgante podría evacuar a esos ingleses? ¿Ha oído hablar de ellos?
DOCTOR.- Todos estos preparativos de guerra hablan de lo que son y lo que valen.
MACBETH.- No necesito mecanismos de defensa contra esa peste. (Al Criado) ¡Llévate esa lanza y esa armadura, zoquete! No debo temer por mi vida hasta que aquel bosque suba a esta colina. (Saca de su atuendo una polvera y se empolva el rostro)

DOCTOR.- (Aparte) Si pudiera salir de esta colina, ni por todo el oro del mundo volvería a encerrarme en sus muros. (Se va)


Escena VII
Cercanías del Palacio.
En el fondo se destaca un bosque.

DONALBAIN.- ¿En dónde estamos?
MACDUFF.- En la espesura del bosque que da al Palacio.
FLEANCE.- ¿Cómo haremos para avanzar sin ser detenidos?
MALCOLM.- Que cada soldado corte una rama de árbol y la lleve de manera que oculte su cuerpo. Así engañaremos al enemigo que no podrá reconocer nuestros movimientos.
MACDUFF.- Que así se haga. Después, descargaremos toda nuestra bravura, pues sólo las obras deciden y juzgan los resultados.
(Se ponen en marcha)



Escena VIII
En la fortaleza del Palacio.

MACBETH.- El grito de: “¡Ya llegan!”, sigue oyéndose, pero la fuerza de nuestro Palacio debe reírse con desprecio de eso. (Se oye dentro el grito de mujer) ¿Qué ruido es ese? Se oye como grito de mujer.
(Entra el doctor)
MACBETH.- Ah, usted. Casi he perdido la afición al miedo, doctor. Hubo un tiempo en que mis sentidos se helaban de terror al menor grito durante la noche. Pero, mi esposa tiene razón, me saciado de horrores; las cosas más espantosas han llegado a ser tan familiares, que ya nada logra hacerme estremecer.

DOCTOR.- Su Majestad, la reina ha muerto.
MACBETH.- Debió haber vivido más, habría dado tiempo para una palabra más… pero si el destino lo dispuso de otra manera… El mañana, el mañana, el mañana, avanza en pequeños pasos, de día en día, hasta la última sílaba del tiempo escrito; y así todos nuestros ayeres, alumbran el camino hacia la muerte que nos convierte en polvo. Entonces, ¿qué es la vida?: un fantasma que marcha; un pobre cómico que se pavonea durante la hora que dura su papel, pero del que nadie se acuerda un momento después porque no somos, nada. (Entra el Criado). Sé que vienes para hacer uso de tu lengua. Cuenta tu cuento, cuenta cuentos.
CRIADO.- Señor, quisiera contar lo que he visto, pero no sé cómo hacerlo.
MACBETH.- Habla. Dilo.
CRIADO.- Señor, hacía el papel de centinela desde esta colina, y no sé cómo pero, de pronto, empezó a andar el bosque.
MACBETH.- ¡Mientes, miserable!
CRIADO.- Descargue toda su cólera conmigo, señor. Puede mirar si quiere cómo se va acercando. Repito, es el bosque que marcha.
MACBETH.- Si mientes, te haré colgar vivo de un árbol hasta que el hambre te deje en los huesos. Si es cierto, haz conmigo lo mismo, poco me importa. Vaya, vaya, no creas jamás en las palabras ambiguas de unos demonios cuyas mentiras se asemejan a verdades. ¡A las armas! ¡A las armas! ¡Viento, sopla! ¡Ven, tempestad! ¡Al menos moriremos matando!

(Se van)


Escena IX
Delante del Palacio.

MALCOLM.- Pasamos por fin sin obstáculo. Arrojen esos cortinajes de ramas y aparezcan tales como son… Den la señal de batalla.
MACDUFF.- Adiós, la victoria es nuestra, nuestra es la causa. Que suenen los toques de sangre y muerte. ¡Al Palacio!
(Se oye la alarma mientras salen).



Escena X
Fortaleza del Palacio.

MACBETH.- Estoy como atado a una columna. No puedo huir. ¿En dónde está el que no nació de mujer? Ese es el hombre al que debo temer solamente.
(Entra Donalbain)
DONALBAIN.- ¿Quién eres? Dime tu nombre.
MACBETH.- Lamentarías oírlo.
DONALBAIN.- No, aunque tengas el nombre más terrible del infierno.
MACBETH.- Soy Macbeth.
DONALBAIN.- El diablo mismo no podría llamarse así.
MACBETH.- Es el nombre más terrible para ti.
DONALBAIN.- Mientes, tirano, mientes, y con mi espada te probaré que mientes.
(Combaten feroces y cae muerto Donalbain)
MACBETH.- Donalbain, eras nacido de una mujer. Me río de las espadas y desprecio los dardos lanzados por cualquier hombre nacido de mujer. Pero es preciso ocultar el cadáver para no atizar la ira.
(Macbeth retira de escena el cadáver de Donalbain. Estrépito de batalla. Entran Fleance y Malcolm)
FLEANCE.- ¡Por aquí, señor! El palacio se ha rendido sin defenderse.
MALCOLM.- Hemos encontrado enemigos que fingían combatir sin tocarnos.
FLEANCE.- Despejemos mejor el lugar.
(Se van. Continúa afuera la batalla. Se ve a Macbeth oculto)
MACBETH.- ¿He de imitar neciamente a los héroes romanos y morir por mi propia espada? No; mientras haya enemigos con vida, no cesará de herir mi brazo.
(Entra Macduff)
MACDUFF.- Por este lado oigo estruendo. ¡Tirano, preséntate! Si pereces sin recibir la muerte de mi mano, vendrían a visitarme las sombras de mi esposa y de mi hijo para atormentarme. Es preciso que te encuentre, Macbeth. Debes estar por este lado. ¡Fortuna, tráelo ante mí, no te pido más!
MACBETH.- (Aparte) De todos los hombres, eres el único que no quiero encontrarme. Márchate, mi alma está demasiada cargada de sangre de los tuyos. (Macbeth hace intento de huir)
MACDUFF.- No te alejes, perro del infierno, no te alejes.
MACBETH.- Más fácil sería herir al viento impalpable con el filo de tu espada, que derramar una gota de mi sangre. Pierdes el tiempo. Pelea con quien sea vulnerable, pero huye tú de quien tiene, como yo, protegida la vida por un hechizo que no puede romper ningún hombre nacido de mujer. (Macbeth hace como que se lima las uñas con el filo de su espada)
MACDUFF.- No confíes en esa brujería, porque yo, Macduff, fui arrancado del seno de mi madre antes que llegara el tiempo de mi nacimiento.
MACBETH.- ¡Maldita sea tu lengua! ¡Maldita ella que me arrebata mi esperanza! ¡Malditas sean esas diabólicas hechiceras que nos engañan los oídos con falsas promesas! ¡No pelearé contigo!
MACDUFF.- Ríndete, pues, cobarde. Mandaremos a pintar tu retrato en un lienzo y debajo le pondremos un letrero que diga: “He aquí un tirano”.
MACBETH.- No me rendiré para besar la tierra hollada por los pies del joven Malcolm y para oír al populacho lanzándome maldiciones. Aunque el bosque haya venido hacia la colina, y aunque tú no has nacido de mujer, estoy dispuesto hacer los últimos esfuerzos para derramar tu sangre. Defiéndete, Macduff, y maldito sea el primero que diga: “Basta”.
(Se van peleando)

(Música de trompetas. Entran Malcolm y Fleance, más atrás el Doctor, la Criada y el Criado)
MALCOLM.- Quisiera que los amigos que faltan estuviesen aquí sanos y salvos.
DOCTOR.- Forzosamente faltarán algunos.
MALCOLM.- No veo a Macduff ni a mi hermano.
FLEANCE.- Su hermano, señor, ha pagado su deuda de soldado. Donalbain sólo ha vivido para llegar a ser hombre. Ha muerto como un hombre.
MACOLM.- ¡Ha muerto mi hermano!
CRIADO.- Sí, señor, ya hemos retirado su cuerpo.
CRIADA.- Y hemos preparado su augusto cadáver.
MALCOLM.- ¡Sea soldado de Dios! Le lloraré siempre. Nació noble y vivió con honor.
(Entra Macduff con la cabeza de Macbeth en la punta de una lanza)
MACDUFF.- ¡Dios te guarde, rey de Escocia, porque ya lo eres! Te traigo la cabeza del usurpador.
MALCOLM.- ¡Este es mi mayor consuelo!
MACDUFF.- Llegó la era de la libertad. Y sé que todos repetirán mi saludo a viva voz y en silencio en el fondo del corazón. ¡Salud, rey de Escocia!
TODOS.- ¡Salud, rey de Escocia!
MALCOLM.- Se dictarán todas las medidas y reparaciones que me incumben como monarca y en justicia. Les doy a todos juntos y cada uno en particular las mayores gracias.
DOCTOR.- (Al nuevo rey en voz baja) -¡Mi señor, es conveniente que dicte medidas inmediatas!-.
REY.- (A todos rápido) No esperaremos días para actuar con justicia sobre estos terribles sucesos. Decreto… decreto…
DOCTOR.- (De nuevo al rey en voz baja) -…el regreso de los que fueron al exilio…-.
REY.- …El levantamiento del destierro de todos los que huyeron para salvarse de una tiranía recelosa…
DOCTOR.- (Idem) -…Castigo a los malhechores…-.
REY.- …Se dará castigo a los crueles asesinos, cómplices de ese verdugo muerto y de su infernal mujer, la cual, según se cree, se suicidó…
DOCTOR.- (Se lleva los dedos de una mano a la garganta. Luego, ídem) -…Nuevos nombramientos, señor…-.
REY.- …Señores de mi casa, Fleance y Macduff, desde hoy serán condes, siendo los primeros con ese título en Escocia.
(Fleance fija su mirada en Macduff. Queda absorto en sus pensamientos)
DOCTOR.- (Idem) -…Sí, sí, un día de asueto vendría bien…-.
REY.- ¡Los invito a todos a engalanarse con su mejor vestido para asistir a mi coronación! Decreto este día… ¡Día de Fiesta Nacional!
DOCTOR.- (Idem) -…¡Ah! y dele gracias a Dios. Eso siempre conmueve, mi señor…-
REY.- Y confiemos a Dios mi mandato, porque de otro modo, este siempre será el final en la tragedia de los gobernantes tiranos…
MACDUFF.- ¡Viva la nueva patria en libertad!
TODOS.- ¡Viva!
CRIADO.- ¡Viva! ¡Hurra! ¡Estamos otra vez de fiesta! (cantando) “La juma de ayer, ya se me pasó, esta es otra juma, que hoy traigo yo” ¡Viva! ¡Hurra! ¡Estaremos otra vez de juerga en juerga! (Se abraza con alegría a la Criada)
(Todos van saliendo celebrando de felicidad; menos Fleance, que se detiene y queda solo en escena. Mirando al público:)
FLEANCE.- ¡Conde! ¡Soy Conde!
(Saca lentamente una polvera oculta en su ropa: la abre, se mira en su espejo; luego, se pasa despacio la mota por sus mejillas, la cierra, la vuelve a su ropa y sale con música de marcha militar)

FIN

Caracas, 02 de abril de 2012
Revisada  18/05/2019
Revisión final 27/05/2019